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Mesa Temática No. 4

Distribución de intervenciones:

-9:00h - 9:25h. Comunicación de Gonzalo Fernández Codina
-9:25h - 9:50h. Comunicación de Cristian Moyano Fernández
-9:50h - 10:20h. Turno de preguntas, comentarios y debate

«LOS LÍMITES ECOLÓGICOS DE LA IGUALDAD DE CAPACIDADES» (2-1/4 DE JORNADA)

* Propuesta de participación de Gonzalo Fernández Codina:

Ecomonedas: una nueva moneda para salvar el mundo

El desafío más importante que afronta la humanidad en estos momentos es el cambio climático. El hacer irresponsable del mundo occidental amenaza con destruir el mundo y sus habitantes. ¿Cómo podemos afrontar este importantísimo desafío moral?

En esta ponencia defenderemos que son necesarios dos elementos. En primer lugar, un cambio conceptual en relación al acto de consumo/contaminación. En segundo lugar, la implementación de un nuevo tipo de moneda.

Se tiene generalmente presente que la causa principal de la contaminación -de la destrucción del planeta- es el consumo. Sin embargo, no se ha profundizado lo suficiente al respecto. El consumo no solo es un mal, ante todo es un derecho. Ahora bien, como cualquier otro derecho, está limitado por los derechos ajenos, en este caso, por el derecho ajeno a consumir y –con ello- a contaminar/destruir.

La pregunta clave es: ¿cómo de amplio es mi derecho a contaminar?¿cómo de amplio es mi derecho a destruir el mundo a través de mis actos de consumo? Respuesta: igual al de las otras personas. En efecto, si el mundo puede permitirse de forma sostenible una tasa anual X de contaminación (i.e techo ecológico), significa que cada uno de nosotros puede contaminar X dividido entre el número de terrícolas. ¿Qué otra magnitud sería posible? A menos que sostengamos que la Tierra pertenece más a unos que a otros, deberemos afirmar que el derecho a destruirla o a gozar de ella debe ser igual para todos.

Sin embargo, es evidente que este principio no se respeta. ¿Cómo puede combatirse esta grave injusticia? En mi opinión, mediante la implantación de un sistema monetario paralelo al actual conformado por “ecomonedas”. El sistema estaría caracterizado por las siguientes reglas:

 Cada persona dispondría (pongamos que a principio de cada año) de las mismas ecomonedas pues cada persona tiene el mismo derecho a contaminar/consumir/destruir-elmundo.

 Cada producto tendría, además de su coste en moneda convencional (dólares, euros, yenes…), un precio en ecomonedas. Ese precio vendría determinado por el impacto ecológico del producto.

El consumo que cada persona pudiese realizar estaría limitado por la cantidad de dinero convencional y por la cantidad de ecomonedas de las que dispusiese. Si alguien quisiera consumir más allá del límite que sus ecomonedas le permiten no tendría otra opción que comprar (con dinero convencional) ecomonedas a alguna otra persona dispuesta a venderlas. No puede ser de otra manera: si alguien quiere un trozo más grande de pastel, tendrá que pedírselo a su legítimo poseedor.

¿Cuáles serían los efectos directos de esta medida? En primer lugar, situaría el consumo y la contaminación a niveles ecológicamente sostenibles. En segundo lugar, y más revolucionario, redistribuiría la riqueza de una forma nunca vista: para que los más acaudalados (en moneda convencional) pudiesen disfrutar de su riqueza se verían en la necesidad de traspasar parte de su dinero a los menos afortunados. El consumo se mantendría constante, pero se distribuiría de forma mucho más equitativa.

Ahora bien, a diferencia de tantas otras medidas redistributivas, sería una medida prácticamente “no ideológica”, una medida que debería parecer justa a personas de todas las sensibilidades políticas. ¿Quién puede negar que si la Tierra soporta un consumo/contaminación anual de X, y somos Z personas, entonces tocamos a X/Z de contaminación legítima por persona al año? De nuevo, ¿por qué el rico puede destruir más esta propiedad común que es la Tierra?

Pero además de ser una medida muy positiva a nivel redistributivo tendría otros muchos efectos secundarios beneficiosos. Por citar solo algunos:

 Desincentivaría fuertemente el consumo de carne ya que, dado el alto impacto ecológico de su producción, su coste para el consumidor se dispararía.

 Incentivaría fuertemente el desarrollo de productos y de técnicas de producción limpios ya que el impacto ecológico de cada producto redundaría fuertemente en su precio, y por tanto en su competitividad.

Se trata de un tema muy complejo, no cabe duda, pues determinar todas las X, Y, y Z de la ecuación es dificilísimo, así como tantas otras variables y excepciones que una política como ésta requeriría. Aun así, consciente de todo ello, considero que el potencial positivo de una medida así justifica todos los esfuerzos que su estudio requeriría.


* Propuesta del coordinador Cristian Moyano Fernández:

Los límites ecológicos de la igualdad de capacidades

El estandarte tríptico de la Revolución francesa inspiró a pensar numerosas teorías de la justicia social. Sin embargo, el aclamado valor de la libertad no puede impulsarse de la misma manera que tiempo atrás, dado que nuestra incidencia en el mundo se ha acelerado y globalizado. La industrialización, la explotación de recursos y los efectos sobre el medio ambiente han sobrepasado el lindar de una responsabilidad horizontal para revelar a su vez una responsabilidad vertical. Debido a la cada vez más apremiante dificultad por mantener una sostenibilidad ecológica, los derechos y deberes de las generaciones presentes han pasado a compartir protagonismo con las futuras. Así, la justicia social ha alcanzado una preocupación intergeneracional más profusa que nunca, al menos en su dimensión global.

El enfoque de las capacidades es planteado por Martha Nussbaum como una teoría de la justicia que parece mostrar una mayor sensibilidad, antes que las teorías contrafácticas o distributivas, por la libertad y la diferencia dentro de la aspiración a la igualdad. Además, en tanto la justicia presentada por Nussabum se sustenta sobre la idea de dignidad aristotélica (en vez de kantiana), mantiene una concepción unificada de la racionalidad y la animalidad, lo que lleva suponer la idea política, revolucionando toda expectativa neoliberal, de que somos animales temporales y dependientes. Este pensamiento conduce a no sólo atender con preeminencia las diferentes necesidades que ostenta cada individuo, sino también a que dentro de la lista de capacidades básicas quede incluida la relación con el entorno animal, vegetal y, en general, natural.

No obstante, es cuestionable que el enfoque de las capacidades sea una teoría de la justicia comprometida seriamente con esta mínima necesidad de relación con el mundo de la naturaleza que todos tenemos. Asimismo, tampoco parece ser un enfoque que tenga plena consideración de la responsabilidad intergeneracional y la red de relaciones que caracteriza una sociedad globalizada como la nuestra, lo que provoca un olvido moral y político por la sostenibilidad ecológica. Tal problema viene dado en buena parte por el valor antropocéntricamente instrumental que Nussbaum confiere al entorno del ser humano. Y, por último, se ignora la existencia de identidades colectivas que potencian y condicionan el desarrollo de unas capacidades a las cuales nos sumamos, ejerciendo una libertad condicionada por una agencia colectiva, de manera escasamente autónoma. Todo esto puede desembocar paradójicamente en una desigualdad de oportunidades que contradiría el propio equalisandum de capacidades inicial.

Por ello, es menester guardar una distancia crítica respecto al enfoque de las capacidades, al menos por lo que respecta a sus límites ecológicos de su programa igualitario como teoría de la justicia. Finalmente, no se trata principalmente de averiguar qué tipo de capacidades son realizables de forma sostenible a escala global, sino de desarticular aquellas que claramente no lo son. Más que descubrir un modo de vida digna auténtico, se trata de desenvolverse en el mundo de acuerdo con una identidad moral conscientemente deseada y que reconozca una convivencia compartida y justa.